«¿Cómo se puede parar lo imparable?» Fue el inglés Johnny Haynes quien planteó esta pregunta sobre Garrincha tras la derrota por 3-1 en cuartos de final ante Brasil en 1962. En realidad, podría haberla formulado cualquiera que tuviera la desgracia de enfrentarse al escurridizo «Pajarito» de Brasil en aquella Copa Mundial de la FIFA™.
Garrincha, que nació en la más absoluta pobreza, con la columna vertebral deformada, las rodillas torcidas y una pierna seis centímetros más corta que la otra, era el más improbable de los iconos del fútbol.
Pero incluso el gran Pelé reconoció que este extremo incontenible «podía hacer cosas con el balón que ningún otro jugador podía hacer».
«Era un jugador increíble, uno de los mejores que ha habido nunca», dijo O Rei. «Sin él, nunca habría sido tricampeón del mundo».
Es famoso que cuando estos iconos brasileños tan diferentes jugaron juntos -como lo hicieron en 40 ocasiones-, la Seleção nunca perdió. Pero cuando Pelé, su compañero de fatigas en Suecia ’58, se vio obligado a abandonar por lesión el segundo partido de Brasil en Chile ’62, Garrincha se propuso hacer suya esa edición.
Tras marcar un brillante doblete contra los ingleses en octavos de final, repitió la hazaña en la semifinal contra los anfitriones, lo que hizo que el periódico chileno Mercurio se preguntara simplemente: «¿De qué planeta es Garrincha?» Cuando volvió a deslumbrar en la victoria de los sudamericanos sobre Checoslovaquia (3-1), ganando su segunda medalla de campeón del mundo y un merecido premio al mejor jugador del torneo, su lugar en la historia estaba asegurado.
El hombre al que L’Equipe apodó «el extremo derecho más extraordinario que ha conocido el fútbol» se había convertido, en su país, en «Alegria do Povo» («La alegría del pueblo»).