La ciudad de Los Ángeles celebró por partida doble. Sus Lakers conquistaron su primera corona en una década y quedar empatados con los Celtics de Boston como las franquicias más laureadas con 17 cetros. Pero el festejo más ansiado estaba en el béisbol. Los Dodgers no se consagraban desde 1988. Venían tocando la puerta insistentemente, ganando su división en siete años seguidos. Alcanzaron la Serie Mundial de 2017, que acabaron perdiendo en casa ante unos Astros de Houston que posteriormente quedaron expuestos como tramposos. Misma historia en la edición de 2018, cayendo en casa contras los Medias Rojas. Pero tras gastarse 2.000 millones en salarios de jugadores en los últimos ochos años, los Dodgers sometieron a los Rays de Tampa Bay en un Clásico de Otoño que se jugó en Arlington, Texas.
Fue un final inusual. A raíz de la pandemia, pasaron semanas en una burbuja. Y el coronavirus acabó impactando la celebración tras la victoria en el sexto partido que les dio el título al trascender que su tercera base Justin Turner había sido sacado del juego en el octavo inning tras recibir un resultado positivo. En una escena surreal, Turner hizo caso omiso de las órdenes de las autoridades y volvió al terreno para posar con sus compañeros con el trofeo.