Lance Armstrong considera que está llegando el momento en el que debería ser perdonado por haberse dopado y por sus mentiras, aunque admitió a la BBC que él lo volvería a hacer.
En su primera entrevista en dos años, el exciclista estadounidense de 43 años buscó clarificar rápidamente esta afirmación.
«Si estuviera corriendo en 2015, no, no lo haría porque no creo que lo tengas que hacer», dijo.
«(Pero) si me regresas a 1995, cuando el dopaje estaba completamente generalizado, probablemente lo haría otra vez».
El caso de Armstrong es tal vez la caída en desgracia más grande de un deportista.
Rey indiscutido durante una década, Armstrong fue despojado de sus siete títulos del Tour de Francia y suspendido de por vida por la Agencia Antidopaje de Estados Unidos (USADA, por sus siglas en inglés) en 2012.
El excorredor del US Postal (entre otros equipos) fue acusado constantemente de utilizar sustancias dopantes desde que regresó a la actividad tras recuperarse de un cáncer en 1996.
Sin embargo, Armstrong negó constantemente los señalamientos, y aprovechó su dominio en la prueba más famosa del calendario para crear una aureola de súper héroe que fue seguida por miles de aficionados en el mundo.
No fue hasta las conclusiones de 200 páginas de la Usada, en las que acusó formalmente a Armstrong -además de las 1.000 páginas de evidencia recolectadas- que la defensa del ciclista se hizo insostenible, hasta el punto que se sintió presionado para confesar su dopaje en una entrevista televisada en enero de 2013.
Cuando se le preguntó si escogería el mismo camino que tomó para hacer trampa, su respuesta fue sorprendentemente sincera.
«Cuando yo tomé la decisión, cuando mi equipo tomó la decisión, cuando todo el pelotón tomó la decisión, fue una mala decisión en un tiempo imperfecto», dijo.
«Pero pasó. Y yo sé lo que pasó por culpa de eso».
«Sé lo que pasó con el deporte, yo vi su crecimiento. Sé lo que pasó con las bicicletas Treck (con las que corría), de US$100 millones en ventas pasó a US$1.000 millones».
«Y se lo que pasó como mi fundación (ahora llamada Livestrong), de no recolectar dinero a recaudar US$500 millones, además de asistir a tres millones de personas».
«¿Queremos botar todo eso? No creo que alguien diga sí».