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Ciclismo

Froome y Contador, enredados con el dopaje

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Síntoma de que el duelo anunciado en el Tour centésimo no tiene la intensidad esperada, los dos favoritos, el británico Chris Froome y el español Alberto Contador, se han enredado en una espiral de preguntas y respuestas sobre el dopaje.

El maillot amarillo y su principal rival asisten con disgusto a esa letanía de preguntas, de sospechas, que pesan sobre sus actuaciones, alimentadas con hazañas como la que completó ayer en la cima del Mont Ventoux el británico, leña para la hoguera de un deporte acostumbrado al constante desengaño.

En la jornada de descanso posterior a la escalada al «monte pelado», Froome torció su gesto angelical, agotado de que le comparen con Lance Armstrong.

«No tiene sentido, él engañó, yo no. Y punto», dijo el británico nacido en Nairobi hace 28 años.

La víspera, nada más atravesar la meta del Ventoux, Froome había considerado «un cumplido», que le nivelaran con el tejano destronado de sus siete Tours por dopaje.

«Es una pena que no me pregunten sobre otras cosas. Es triste estar aquí, un día después de haber conseguido la victoria más importante de mi carrera, respondiendo cuestiones sobre el dopaje», dijo hoy el ciclista del Sky.

Froome vive la paradoja del ciclismo. Cuanto más grande es una gesta mayor es la sospecha que arrastra, hasta el punto de que si se mira el palmarés de los últimos años, aquellos que han conseguido las victorias más ajustadas, menos impresionantes y brillantes, se han salvado de la duda.

El británico arremete contra esa espiral con su hoja de servicios, irreprochable, y con su conocida apuesta por el sacrificio. Todos los que le han entrenado coinciden en que Froome es un loco del sufrimiento.

«Lo que he logrado es el fruto de la determinación, de un entrenamiento extremadamente duro, del apoyo de un equipo fantástico. Pasamos muchos días fuera de casa para que ahora nos vengan con estas», afirma el ciclista, «orgulloso» de lo que está logrando.

Froome pierde algo de su sangre fría, sale un poco de su discurso meticulosamente calculado que le alejaba de su antecesor, su compatriota Bradley Wiggins, que el año pasado era más hosco y agresivo cuando le venían con la cantilena del dopaje y no dudaba en tratar de «gilipollas» a quien lo difundía por las redes sociales.

En estas, a Contador, que a diferencia de Froome sí tiene cicatrices directas del dopaje, le vienen con el cuento de que lo que hace Froome es, cuando menos sospechoso, y el ciclista del Saxo, que no vino al Tour del año pasado por un positivo por clenbuterol en la edición de 2010, baja la mirada y pone cara de pocos amigos.

«Sobre dopaje permito dos preguntas, no más, si hay más me voy a descansar, que quede claro», advierte a una asistencia de casi 100 reporteros amasados en una pequeña salita de un hotel de las afueras de Aviñón.

Y se lanza a una corporativa defensa de su principal rival: «Yo no dudo de la forma de Froome, ¿por qué he de hacerlo? Es un profesional, lleva todo el año a un gran nivel, sus resultados son fruto de su trabajo. Está a un gran nivel, lo hace de forma totalmente limpia, y además para eso están los controles».

En su respuesta, Contador entronca con el líder del Sky, Dave Braildsford, que cree a pies juntillas en el pasaporte biológico y que afirma que, con lo que está pasando en el atletismo, «nadie se arriesga a correr a la antigua usanza».

La respuesta de Contador y la de Brailsford y la de Froome pretenden fundar un nuevo ciclismo pero están sacadas del discurso del antiguo.

Armstrong tenía por costumbre enumerar los controles que había pasado en los últimos días cuando alguien le preguntaba sobre el dopaje. Y el tejano nunca dio positivo. El suyo fue un positivo por delación.

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