Atlético de Madrid y Barcelona resolvieron su partido en empate, un choque entre dos estilos que terminó en igualdad, con el liderato y el honorífico campeonato de invierno en manos del conjunto azulgrana y con la sensación rojiblanca de poder competir con cualquiera con un sentido colectivo de alta fiabilidad.
El Atlético hizo el partido que quería. Defendió con un orden casi insuperable y tuvo opciones para ganar, las mismas que el Barcelona, al que la posesión de la pelota no le bastó para vencer en el Calderón. Le faltó profundidad contra un rival combativo, que convirtió el duelo en un enredo constante para el ataque azulgrana.
Ni la suplencia de Messi y Neymar ni el enérgico inicio del Atlético, que encendió el partido durante los primeros minutos, cambiaron el guión establecido del encuentro. La partida estaba clara, definida desde el vestuario: la fuerza colectiva y el orden rojiblanco contra el fútbol, el toque y la posesión azulgrana.
En ese partido no se sintió incómodo el Atlético, quizá demasiado atrás para combinar un buen contragolpe, ni el Barcelona sacó provecho de su dominio del primer tiempo. Hubo ocasiones para los dos, tampoco muchas: una jugada genial de Arda Turan, un par de remates de Diego Costa, un disparo -el primero del Barça a los 17 minutos- y un cabezazo de Pedro o un intento lejano de Piqué.
Todo estaba abierto. Ya nadie se sintió dueño ni siquiera del empate. Ni el Barcelona, cuando Arda Turan guió un contragolpe culminado por Diego Costa y detenido por Valdés o cuando el jugador turco, el mejor de su equipo, enganchó una volea dentro del área, ni el Atlético, cuando Courtois detuvo una internada a Messi, la última ocasión de un empate que mantiene la igualdad en el liderato.