A Gabriela Andersen-Schiess le tomó cinco minutos y 44 segundos completar la vuelta final sobre la pista de tartán del Memorial Coliseum de Los Ángeles en el estreno del maratón femenil como prueba olímpica.
La suiza de 39 años daba pasos seminoqueada por la deshidratación de una extenuante competencia en la que la temperatura fue escalando hasta superar 30 grados centígrados. Pero cuando pareció desfallecer, sacó fuerzas de su orgullo para evitar que los médicos la auxiliaran y fuera descalificada.
Llegó a la ciudad estadunidense para formar parte de ese grupo de mujeres que deseaban acabar con el limitante paradigma de que esta carrera de gran fondo podría ser perjudicial para su género. Estando a tan pocos metros, no dejaría de mover las piernas en un vaivén espeluznante que puso de pie al estadio impulsándola a cubrir esos últimos 400 metros.
Los cinco minutos y 44 segundos parecieron una eternidad y cada paso desigual, con los brazos abajo y sacudiéndose de un lado a otro con la mirada puesta en la pista, fue acompañado por una cascada de aplausos desde las gradas de los aficionados que atónitos esperaban un gran desenlace.
La estadunidense Joan Benoit cruzó la meta primero, para estrenarse como monarca olímpica con un registro de 2:24:52 horas entre las 50 corredoras que tomaron la línea de salida, Andersen-Schiess, en cambio, cronometró 2:48:42 poniendo tesón en cada segundo.
Andersen-Schiess mantuvo el ritmo la primera parte de la prueba hasta que se fue rezagando. Los organizadores dispusieron que a lo largo del trayecto de los 42 kilómetros y 195 metros fueran colocados cinco puestos de hidratación, pero la suiza pasó de largo el último, haciendo de esos kilómetros finales un infierno para su resistencia.