«Hace semanas que al mister no le acaban de gustar mucho lo que ve en el vestuario y menos en el terreno de juego». Una voz con conocimiento de causa pone un poco de luz a la eliminación del equipo de la Champions League. Actitud, ahí está la clave. El Barça, fuera de la Champions League, afronta una segunda quincena del mes de abril en el que debe acabar de abrochar el título de Liga y pelear hasta el final por la Copa del Rey ante el Sevilla en el Wanda Metropolitano el próximo día 21.
Valverde ha sido hasta el momento un entrenador permisivo, dentro de unos límites. Ha dejado que el equipo se moviese con soltura y a su aire, siempre bajo su control. Pero desde que el grupo regresó del parón de selecciones, la cosa no acabó de arrancar. Se vio ante el Sevilla (2-2), frente a la Roma en el Camp Nou, más allá del 4-1, ante el Leganés (3-1) con un bajón de intensidad importante en la segunda parte y el martes en el Olímpico (3-0), donde muchos acabaron por colmar la paciencia ante su entrenador. De ahí que Valverde, callado y reflexivo siempre, haya mantenido una serie de reuniones con algunos de sus ayudantes para expresarles su preocupación y ahora busca el momento para charlar con todo el grupo; la temporada está siendo muy buena (para lograr la excelencia hubiese debido tener otro final en Europa).
Viene un calendario en el que deben descontar partidos para ganar LaLiga (serían siete de las últimas diez), pero nadie en el vestuario quiere correr más de lo que toca. El ejemplo a seguir en el césped es la manera como se jugó durante la primera parte ante el Leganés el pasado sábado. El entrenador aguarda a ver cómo reacciona el equipo. Si no le acaba de convencer comenzará a tomar cartas en el asunto.