Usain Bolt ganó la final de los 100 metros de los Juegos Olímpicos de Río… en las semifinales. Venció en la suya, antes de la del estadounidense Justin Gatlin, con un tiempo de 9.84. Golpe moral. Ahí se acabó la historia. Gatlin ha apagado al Relámpago en algún mitin, pero nunca en una gran competición.
Cuando vio volar al chico de Trelawny, se le debió torcer el gesto. Lo vio en la cámara de llamadas, un recinto casi sagrado, con las zapatillas de clavos ya en sus pies, con todos los sentidos puestos en la carrera.
Salió a la pista azul de Río, velocísima, con el alma destrozada. En la final ya era un hombre derrotado. Usain suele ganar las carreras antes de disputarlas. Un privilegio reservado a muy pocos.
Y llegó la prueba definitiva. Mala salida de Bolt, como suele ser habitual. Parecía vencido a la mitad… pero 100 metros son muchos metros, más de los que uno se imagina. Y cuando parecía que todo estaba perdido, apareció. En los últimos 28 metros arrasó, literalmente.
Le pasó como si estuviera compitiendo contra un niño. De hecho, todos los demás parecían infantiles comparados con Usain. Y eso que seis bajaron de los diez segundos.
Tercer oro consecutivo para el jamaicano, hijo de un tendero y al que su madre, parece ser, le regaña por su mala vida. A su familia le puso agua corriente en la tienda hace años, cuando ganó sus primeros títulos y sus primeros dineros.
Cosas raras de Bolt: pidió silencio al público antes de la salida, algo casi inédito, después de santiguarse, algo habitual. Y luego dio la vuelta a la pista menos jacarandoso que de costumbre, emocionado, aunque siempre con un toque gamberro.
Sólo el estadounidense Carl Lewis había conseguido dos títulos consecutivos hasta ayer en los 100 metros. El primero en Los Ángeles, el segundo en Seúl tras la descalificación del canadiense de origen jamaicano, nacido en la misma parroquia que Bolt, llamado tristemente Ben Johnson. Bolt suma tres: ganó en Pekín 2008, Londres 2012 y ahora en Río.
