Ernesto Sábato es de los autores imperdibles, de los que hizo de Latinoamérica un remanso de la Literatura Universal, cuando nuestro Miguel Angel Asturias insinuó que no eran representativos de lo nativo americano, como si era Juan Rulfo, este decididamente le envió un dardo al escritor de El Señor Presidente, Leyendas de Guatemala y Mulata de Tal, con claridad meridiana respondió el autor de esa trilogía novelesca de El Túnel, Sobre Héroes y Tumbas o Abbadón el Exterminador, «que en nuestras novelas no haya indígenas, negros o compañías bananeras no quiere decir que esas obras sean falsas o vivan en la Luna: representan, ni más ni menos, cuando son buenas, esta realidad que tenemos nosotros. ¿Cómo un habitante de Buenos Aires como Borges o yo podría escribir sobre la United Fruit Company? Eso no significa que nuestra literatura sea menos real que la de Asturias. ¿Acaso un muchacho estudiante y solitario, sentado en un banco de una plaza porteña, es una abstracción porque tenga piel blanca y porque sea hijo de italianos o judíos?» Como esta hay muchas perlas en el libro Medio Siglo con Sabato, con entrevistas recopiladas por Julia Constenla, hechas a Sábato entre las décadas de los años 40 y los 90s.
Esa es nuestra región, nuestro contacto del español, con un crisol de culturas que conviven continentalmente, que en el deporte se dan la mano pero que buscan sus ventajas competitivas. El libro de casi 400 páginas tiene luces en cada una, pero seleccionamos al azar una de cada 50: Uno y el Universo, mi primer libro, es una suma de todas las antipatías a todas las escuelas, dogmatismos y acaparadores de la Verdad. Lo publiqué a los 34 años, cautelosamente, después de un largo aprendizaje literario: la matemática. El hecho, por supuesto, no deja de irritar a los que creen que conviene sobremanera ignorar el teorema de Pitágoras si se quiere sacar adelante un soneto tolerable.
Sobre la Literatura, que lo raptó para el resto de su vida a los 35 años de edad y para nuestro deleite, dice: «esa híbrida creación del espíritu humano que se encuentra entre el arte y la filosofía, entre la fantasía y la realidad, entre la intuición y el concepto puro, puede dejar un profundo testimonio de ese trance. Y es quizá la única actividad del espíritu que puede hacerlo. Será la expresión de ese caos en que nos debatimos o no será nada.»
Fue un Homo Político, en el sentido de sus opiniones, en su aporte a la vía pública, no era amigo de las entrevistas, pero sabía que su opinión sudaba responsabilidad: «Salvo una estricta minoría, aceptamos cualquier cosa con pasividad absoluta. Esto se ve, de manera impresionante, durante las llamadas revoluciones: en general, nos limitamos a seguir el proceso mediante los aparatos de radio, como si se tratara de un partido de fútbol. Y cuando alguno de los muchachos, los más inquietos, quiere salir a la calle aunque más no sea para ver los tanques, siempre hay alguna persona mayor que dice: No se te ocurra salir hasta que se vea qué pasa».
Sobre la necesidad de la Libertad, la que lo separó del movimiento comunista, pero también lo consolidó contra los regímenes totalitarios fueran de derecha e izquierda, siempre fue consistente el que nació en 1911 y murió un siglo después: «Lo siguió porque por primera vez en su historia tuvo la posibilidad de ser una criatura humana digna. No era un apetito material sino una ansiedad espiritual, una legítima y conmovedora ansiedad por ser hombres, no esclavos como habían sido».
La Vanguardia de Barcelona le hizo en 1980 un reportaje y le preguntó sobre sus Poetas Preferidos: Prévert, Rimbaud, a veces un solo verso. Su héroe de ficción: El Quijote. Sus heroínas: alguna mujer de Stendhal o de Dostoievski. Sus compositores preferidos: Vivaldi, Handel, Corelli y el inevitable Bach. Hasta alguna canción de Los Beatles o una hermosa de John Lennon. Pintores preferidos: hay decenas de pintores que me fascinan, me hacen pensar o soñar, según el día, la melancolía o la pasión, el sol o la luna. Héroe de la Vida Real: El Che Guevara, que siempre combatió de frente y murió tristemente en medio de la soledad, la selva y la derrota.
Nuestra historia ha estado repleta de levantar y levantar los países de su quiebra, sus destrozos, su autodestrucción, pero era un optimista del kilómetro cero y de esa historia que se hace trizas, añicos pero cuya reconstrucción es continua: «Siempre hay un hecho anterior que sirve de antecedente o de causa previa, con lo cual uno termina remontándose hasta la nariz de Cleopatra, como decía Pascal. Cuando estudiaba en el colegio secundario se leía en los textos que los tiempos modernos habían comenzado con la caída de Constantinopla, como si este hecho guerrero hubiera determinado que de pronto todo el mundo se pusiera a mirar por un telescopio, a pintar o a escribir».
La entrevista número 47, la última de este libro, adornado de pedregales luminosos, universos lácteos y engranajes sensibles, es una de El Gráfico, la revista deportiva con la que crecimos cientos de niños por toda América, sus afanes, sus pasiones, sus recuerdos, son vívidos a sus entonces 87 años de edad: «Yo siempre he sido un hombre de pasiones. El fútbol me atrajo hasta con cierta clase de delirio. Porque basta con ver un buen partido para apreciar la belleza de este deporte. Hay momentos del fútbol que se asemejan a pasos de ballet por la armonía de los movimientos, por la sensibilidad y el ritmo. Yo era de Estudiantes y pegaba mucho, hasta me agarraba a trompadas con los de Gimnasia y Esgrima». Le mostraron en el reportaje la camiseta rojiblanca de Estudiantes de La Plata y el maestro la tomó entre sus manos con calidez y afecto que acompañaban sus ojos brillosos de recuerdos gloriosos: «!Qué lindos colores, qué lindos que son, por favor! Cuando salíamos a la cancha vestidos con esta casaca, el sol parecía iluminarla aún más».
Aplausos y vítores a un Héroe sobre su Tumba hecha de palabras coherentes, visitado seguramente a diario por María Iribarne y Juan Pablo Castel, al salir de ese Túnel, divisado como mar desde la ventanilla de una pintura, tal vez plasmada por ese amante de Plástica y Letras, Ernesto Sábato.
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