Michael Phelps le explicará a su hijo Boomer que él estuvo allí, en la primera fila de una de las gradas de la Piscina Olímpica de Río, sujetado por su madre Nicole y acompañado por su abuela Debbie. Le dirá que miraba a su alrededor mientras los espectadores ovacionaban a su padre, que se emocionó una y otra vez, en cada uno de los cinco oros y una plata que se colgó a sus 31 años y en sus quintos Juegos Olímpicos, y que alcanzó un récord de 28 medallas y 23 oros. Y también le contará que siempre que pudo le fue a dar un beso, pero que muchas veces tenía que irse corriendo del podio porque volvía a competir. Y le detallará que el final de este cuento tuvo lugar la noche del 13 de agosto, en la que decidió tocar la pared de su carrera deportiva con un palmarés imbatible.
Boomer escuchará cómo su padre se recrea en explicar cómo ganó su última prueba. Le dirá que hizo lo mismo que en sus 16 años de olímpico: salir concentrado, con su albornoz, su toalla y esa música de hip-hop que le acompaña hasta el poyete. Que luego movió sus amplios brazos como un anfibio antes de lanzarse al agua, que dio sus últimas brazadas y subacuáticos, mientras acabó con ese final terrorífico que tanta gloria le ha dado y dejó a su país en primera posición en la posta de mariposa, su estilo favorito. Y que se subió con sus compañeros del relevo 4×100 estilos (3:53.13) al podio, aquel que ha pisado en 28 ocasiones. Y desde lo más alto sonrió y le miró, sin que él pudiese saber qué estaba pasando, acompañado por australianos (3:55.00) y daneses (3:55.01, récord de Europa), porque la natación es un deporte global que él ha hecho más grande.
Antes de cerrar el libro, Phelps le dirá a su hijo que eso ya son recuerdos, que después de Londres 2012 dijo lo mismo pero que ahora era de verdad, que quería centrarse en su familia, principalmente en él. No hay motivos para pensar que volverá, pero cualquier opinión no es descabellada. Si algo ha demostrado sobre todo Phelps en estos 16 años de éxitos es que no hay imposibles. La única certeza es que el de Baltimore estará en lo más alto del Olimpo una eternidad.