La Luna, ese astro permanente que nos lleva al inframundo y nos saca de él, apareció llena de vida el día de San Silvestre 2017, aunque Neil Armstrong caminara en ella y mostrara hace ya casi medio siglo, que su terreno pétreo, irrespirable y frío era inviable para la existencia humana. Esa misma iluminada a la que Paco Pérez le cantó y con la que Xela celebró plateada hace 5 años la Copa que levantara en su mítico Mario Camposeco. La misma que hace un siglo encaminó a mi abuelo en su primera caminata al glorioso Instituto de Varones de Occidente (INVO), esas calles retorcidas que a mis compañeros en la pasada Vuelta a Guatemala les atornillaba de la risa pensando como caminarían los Super Chivos, como si la llanta pache reventara en los adoquines, hoyos o ese hedor que parece emanar de unas alcantarillas céntricas en las que parece que el desagüe y el agua potable contaran con una sola cañería que acompañe su curso, los condujeran a dar un pasito si y otro tampoco.
Esa apareció un día soleado que con el frío diciembre y algunos vientos nos conducía a otra San Silvestre, una más en la que mi héroe de mil canas y pocos pelos, atravesaría de Sur a Norte la Guatemala de La Asunción. El de las mil batallas recorridas, de los mil partos expectantes, del griterío de chirrices a los que les ruedan los mocos, sube la fiebre o retuercen las tripas y él, con las enseñanzas adquiridas hace 60 años puede mágicamente extraer, con esas manos que nos cuentan miles de historias y generan cientos de ejemplos, con sus ojos que pasaron de ser miopes a no necesitar más el uso de esos anteojos de carey que me lo colocaban en el plano de los Superhéroes, arropado por Clark Kent o Bruno Díaz, uno más de ellos. El mismo que más de mil veces me habrá colocado el Claro de Luna de Debussy o la Sonata Claro de Luna de Beethoven, pero que mi oído, lejano a la biónica Lindsay Wagner, nunca llegó a percibir, por esas particularidades de los vericuetos cerebrales que a algunos les concede el don del Oído Perfecto y a otros nos declara sordera como al genio de Bonn. Esas historias aterciopeladas de conocimiento enciclopédico que nos habrán dicho que Debussy ni quería grabar su Claro y tardó 15 años en hacerlo en mostrarlo al mundo musical (entre 1890 y 1905), de repente porque la del niño prodigio alemán, casi un siglo antes, ya era una pieza extraordinaria y la de él, le parecía ordinaria.
Sí, hablo de !!Papá, Papá, Papá!!, el que siempre me mostró el camino. Quien me tomó de la mano y condujo a los estadios en esa caminata silenciosa de fines de semana intensos, sentadito sin moverme y siguiendo el movimiento de cualquier balón o pelota que surcara los aires o se meciera en el pasto o se detuviera en el barro, me instruyó en los primeros toques de balón, en los finos movimientos del ajedrez, en los juegos de puntería, en la vida de la emoción deportiva, que me contó que las letras no pelean con el esfuerzo físico, son amigas inseparables. El mismo quien ayer corrió una San Silvestre más, a sus 82 años de edad, y se comió esos 10.6 kilómetros que parten y terminan del estadio que nos vio sonreír tantas veces que enmudece a la memoria de recuerdos. Dice que fueron 68 minutos, yo embebido veo las arrugas, los dedos siempre firmes, lo tomo del hombro, trato de asirlo del omóplato que se me escurre, aprieto su piel para sentir si es verdadero o un invento de un Claro de Luna que lo empuja al Olimpo de los Dioses Atléticos, los que él mismo me enseñó y de los que forma parte.
Cada vez lo veo más como a Zeus, mítico pero más rápido que los pies alados de Hermes, más victorioso que las alas de Niké, tan guerrero como Marte, surca cualquier mar como Poseidón, por eso amo este viaje fantástico deportivo, porque me lo enseñó una deidad, bajó del Olimpo y se transformó en el del poema de Asturias, fue siempre enteramente humano como el Caso de Hablar, porque en el Invierno de su Vida ha entrado con boina en su sien y descubierta su frente, por la puerta de casa con la herramienta sea escalpelo, bisturí u otorrino y lo veo sonriente; me levanto a su encuentro porque es un honor cada vez que diviso su sonrisa, creo tener el derecho de abrazarlo aunque como dice ese pasaje de la misa, no sea digno de estar en su presencia aunque una barra helicoidal de genes me una celularmente; porque todos los días llegó con más que el jornal ganado. Siempre fue Papá, más que cualquier otra palabra, una deidad, la que me hizo caminar este viaje fantástico, donde él y Mamá, son Alfa y Omega.