El divorcio entre Luis Enrique y Piqué ya es evidente. El central y el entrenador tienen un problema que va más allá del rendimiento futbolístico. Las caras de Piqué son un poema cada vez que el asturiano le deja fuera de la lista o en el banquillo. El entrenador sigue asegurando que no pasa nada, que las cosas de vestuario son sagradas. Pero lo cierto es que el distanciamiento entre ambos es evidente.
Que Luis Enrique no cree en Piqué ni en Bartra lo dicen los números. El técnico asturiano siempre abogó por Mathieu, Mascherano y Vermaelen como centrales del equipo por encima de dos jugadores que en septiembre definió como “indisciplinado uno y descontrolado el otro” a uno de sus más íntimos colaboradores.
Lo que pasa es que una de sus grandes apuestas para ser central aún no ha podido debutar (Vermaelen) y la otra (Mathieu) no ha resultado tan fiable como era de esperar. Ante ello, Bartra tuvo su oportunidad ante el Ajax porque no pone malas caras. El caso de Piqué es opuesto. Gerard no lo disimula.
Luis Enrique quiere escenificar con Piqué un sacramental para afirmar su autoridad ante el vestuario. A Gerard le acaba de condenar a ojos del entrenador unas imágenes de La Sexta grabadas en la Supercopa de Catalunya en las que se daba a entender que en vez de mirar el partido, estaba atento al teléfono móvil. Desde entonces, no han vuelto a hablar.
