Por Diego Morales
Twitter: @diegostress
Ya lo decía Jorge Luis Borges: “El futbol es popular porque la estupidez es popular” y da la casualidad que en el mismo país de donde es originario tan famoso escritor el recién pasado fin de semana se suscitó un hecho que dejó a todo el mundo perplejo. Estaba por celebrarse la final del siglo, algo que no había ocurrido nunca: el título de la Copa Libertadores de América estaba en juego entre los dos históricos archirrivales del futbol argentino, pero que ésta vez se enfrentarían en el plano internacional y lamentablemente se suspendió a causa de un hecho violento provocado por los mal llamados “aficionados”.
Los espectadores del futbol en ocasiones nos vemos arrastrados por las emociones multitudinarias que pretendemos de alguna manera proyectar hacia el campo de las acciones, y olvidar o “desconectarnos” por un momento de los problemas cotidianos, a la vez que nos vemos afectados por lo que en el engramillado sucede, pero que en ningún momento formamos parte de esa batalla que se libra entre veintidós guerreros diferenciados por unos colores, más que lo que podamos alentar desde la grada o desde el sofá. Sin embargo es en éste momento donde se ve verdaderamente de qué estamos hechos, donde podemos poner en juego aquellos valores que aprendimos en casa, en la escuela o algún otro lugar de formación y no dejarnos arrastrar por la corriente de emociones que acabarán en poco más de noventa minutos y que el fútbol se convierta en el opio de los pueblos.
También mencionaba en algún momento tan famoso escritor argentino, a quien cité en las líneas anteriores: “Yo no entiendo cómo se hizo tan popular el fútbol. Un deporte innoble, agresivo, desagradable y meramente comercial. Además, es un juego convencional, que interesa menos como deporte que como generador de fanatismo”. Y quizá muchos podamos diferir de la opinión que tenía Borges sobre el balompié, ya que es un deporte capaz de unir gente de todas las etnias, religiones, clases sociales, entre otras y converger en un punto: la pasión por determinados colores, que muchas veces se llevan desde niño y que una persona fue el responsable de hacernos amar, en mi caso fue mi querido padre; sin embargo no podemos permitir que nos ganen nuestros impulsos y menos aún ultrajar a otros aficionados o jugadores solamente porque los colores de su camiseta sean diferentes a los nuestros.
Me haces llorar querido fútbol, no solamente de alegría, sino de ver cómo la batalla deportiva sobrepasa los límites del terreno de juego y se extiende a las calles y damos un pésimo ejemplo de comportamiento. Violento fútbol, violenta sociedad.
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