Anna Kiesenhofer finalmente encontró la fórmula para vencer a las poderosas ciclistas de Holanda en la carrera olímpica de ruta.
Ser sigilosa para que no te vean.
La doctorada en matemáticas de Austria protagonizó una temprana fuga el domingo y luego abrió una brecha tan amplia que las demás se olvidaron de que estaba adelante.
Así que cuando Annemiek van Vleuten arremetió en los últimos kilómetros para cruzar la meta en soledad, alzó los brazos creyendo que había atrapado el oro consecutivo para Holanda en la prueba de mujeres.
Su compañera y reinante campeona, Anna van der Breggen, creyó lo mismo. La británica Lizzie Deignan pensaba igual cuando fue entrevistada por la BBC. “La mejor ha ganado la carrera hoy. Annemiek era claramente la más fuerte”.
En realidad, no fue la más fuerte.
Al contrario que en las carreras profesionales, en los Juegos Olímpicos no se permite el uso de radios, y eso complica precisar la ubicación de los competidores en la ruta. Pero fue evidente, por la indolencia del pelotón en salir a la caza de Kiesenhofer al término de una jornada de calor extremo, que la mayoría se olvidó que la austriaca iba primera.
“No lo puedo creer”, señaló Kiesenhofer. “Incluso al cruzar la meta, me decía a mi misma: ‘¿Se acabó?’”.
Su alegría contrastaba con la amarga decepción de van Vleuten, de 38 años, quien buscaba seguir los pasos de van der Breggen y Marianne Vos, la campeona de 2012.
Hace cinco años, en Río de Janeiro, van Vleuten iba al frente cuando sufrió un terrible accidente en una bajada pronunciada que le causó una conmoción cerebral y la rotura de tres vértebras en la parte baja de la espalda.
“Estoy destrozada”, dijo van Vleuten. “A cinco kilómetros del final, Marianne se me acercó, ninguna tenía idea alguna si todas (las fugadas) habían sido alcanzadas. Este es un ejemplo de lo que puede suceder si compites en una carrera importante sin comunicación”.
La italiana Elisa Longo Borghini ganó el bronce en un sprint.
Con un doctorado en matemáticas en su currículo pero pocos logros como deportista, Kiesenhofer sabía que sin una compañera de equipo en la largada tendría que atacar pronto. Y lo hizo con clase, enganchándose en una fuga con la israelí Omer Shapira y la polaca Anna Plichta — a quienes dejó atrás a la entrada al circuito — y sacando una ventaja de 10 minutos que resultó ser suficiente.
Kiesenhofer levantó los brazos al aire en señal de triunfo al cruzar la meta ante varios miles de aficionados. Luego se tiró sobre el asfalto, con la cara empapada en sudor, mientras trataba de recuperar el aliento y de contener las lágrimas.
Los estrictos protocolos de seguridad contra el COVID-19 que impiden la presencia de fanáticos en la mayoría de los eventos olímpicos no se aplican a la prefectura de Shizuoka, por lo que, por segundo día consecutivo, miles de personas desafiaron un sol abrasador para seguir la prueba en un viejo circuito de Fórmula 1.
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