Por Alan Paolo Car
La Lucha Olímpica de nuestro país consiguió sus mejores resultados en los III y IV Juegos Panamericanos al conseguir con Héctor Iriarte la medalla de Bronce en Chicago 1959 y Plata con el recordado José Azzari en Sao Paulo, Brasil, en 1963.
“El Tigre de Chiantla” fue el sobrenombre con el que se conoció durante muchos años a José Azzari por ser oriundo de Chiantla, Huehuetenango. Nació el 10 de noviembre de 1937, su padre Domenico Giuseppe Azzari fue un migrante italiano que vino a tierras guatemaltecas a inicios de la década de los 30 del siglo XX, estableciéndose en Huehuetenango en donde compró una finca para dedicarse a la producción láctea y de finos quesos. Ahí conoció a Marta Aceituno Aguilar con quien procreó dos hijos, José y Luis.
José Azzari no se caracterizó por ser un estudiante con notas sobresalientes. Es por ello que desde muy pequeño ayudó a su papá en la finca y luego en sus años de juventud combinaba otros trabajos para sobrevivir. Su primer amor como deportista fue la natación, algo que le llenaba de alegría su rostro.
Al llegar a la ciudad capital, en busca de mejores oportunidades consiguió trabajar en la conducción de un bus. Al mismo tiempo, el ser salvavidas le representaba un trabajo alterno. Para aquel muchacho de complexión alta, pelo rubio y tez dorada, la natación lo representaba todo en ese momento. Es por eso que constantemente asistía a nadar a la piscina de la zona 5.
Es ahí donde hace amistad con Héctor Iriarte, quien también era salvavidas y luchador, este le propone practicar la lucha olímpica. Sin dudarlo la respuesta afirmativa de Azzari le lleva a la federación nacional de Luchas. Ese fue el camino que le cambió la vida. Su gran maestro fue el luchador Oswaldo Johnston, quien había asistido a los Juegos Olímpicos de Helsinki en 1952 y fue quien le enseñó toda la técnica para sobresalir. Fue ahí donde consiguió los máximos honores a nivel nacional e internacional en la lucha olímpica, destacando junto a su compañero de interminables entrenos Jorge Mendoza.
En alguna ocasión el Tigre de Chiantla mencionó: “Debo reconocer que a quien le debo todo lo que llegue a ser en el deporte tanto amateur como profesional, se lo debo a mi maestro Oswaldo Johnston”.
El ser campeón nacional le llevó a representar a Guatemala en los Juegos Centroamericanos y del Caribe en 1962, en donde obtuvo la medalla de Plata en los 68 kgs del Peso Ligero. “Fue una gran figura en su categoría, antes de la competencia en un entreno sufrió la fractura de dos costillas. Con todo y lesión siguió participando hasta lograr la presea de Plata, toda una hazaña”, recuerda con soltura Oswaldo Johnston.
El haber ganado esa medalla le abrió las puertas para ir a entrenar en Estados Unidos que en ese entonces dominaba la lucha a nivel mundial. La preparación iba encaminada para los Juegos Panamericanos de Sao Paulo, Brasil. Se abrieron las puertas y se estableció en el campamento de entreno en el hotel de William Pat Shaw, en Pensilvania, un hotel para cazadores de venados y osos, pero donde se practicaba la lucha olímpica. Ahí su crecimiento fue enorme, conducía todos los días el automóvil de Pat Shaw, para dirigirse al gimnasio y esa estadía le sirvió para aprender a hablar inglés.
Fruto de esta preparación, en los Juegos Panamericanos de 1963, en el Gimnasio de Pacaembu logró la presea de Plata luego de sus intensas luchas, primero perdiendo ante quien sería el Oro en esas justas, Gregory Ruth de EE. UU. y luego venciendo en días consecutivos a Curt Boese de Canadá y a Néstor González de Argentina en los 70 kgs Ligero (154 Lbs). Eran luchas intensas porque cada asalto de tres duraba alrededor de tres minutos con uno de descanso.
“Fue un gran triunfo para Guatemala, para la lucha olímpica de nuestro país. Un triunfo inesperado por la calidad de los contendientes de esa época. Las medallas de Iriarte y Azzari fueron estupendas, un éxito incomparable. Azzari ha sido uno de los mejores luchadores olímpicos de Guatemala”, recuerda Enrique Bremmerman, otro gran amigo de Azzari.
Esta fue una de las facetas de José Azzari, luego se dedicó a la lucha libre profesional en la que se consolidó su figura siendo uno de los principales luchadores de la época. Los aficionados le querían y siempre recuerdan múltiples anécdotas de su carrera, que servirían para escribir un libro entero de su vida y hazañas.
Su muerte fue un golpe duro a quienes le siguieron de cerca, toda una tragedia para el deporte nacional. Falleció en una habitación de su hogar, muy cerca del Paraninfo Universitario en la zona 1 capitalina. Son múltiples las teorías respecto a su fallecimiento. Versiones de sobredosis, otras de violencia y otras hablan de un infarto fulminante. El acta de defunción indicaba «muerte natural». Por ese entonces vivía solo ya que se había separado de su esposa Hope, quien aún vive. El legado que dejó Azzari se mantiene en los aficionados que le reconocen como uno de los mejores de todos los tiempos de Guatemala.
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