Qué estupendo que el primer beisbolista que ingresa al Salón de la Fama en Cooperstown, Nueva York, por unanimidad, sea un centroamericano. Sí, es panameño, es de Puerto Caimito, y cuando creció allí a inicios de la década de los 70s en Panamá Oeste, con la pesca de todos los días y la pobreza agobiante, era una comunidad de unas 2 mil personas, ahora son 16 mil y seguramente estarán hoy de carnaval, el hijo pródigo ha retornado, como escribiría Miguel Angel Asturias en Es El Caso de Hablar: «descubierta la frente y herramienta en la mano, levántate a tu encuentro porque tienes derecho de abrazar a tu hijo, de quien hiciste un hombre que vuelve de la vida con el jornal ganado». Cuando alguna vez le preguntaron cómo era la presión cuando lo llamaban a la lomita con corredores en posición anotadora, dijo con esa experiencia de vida que transpiraba por cada poro: «presión era salir todos los días a pescar en Puerto Caimito y ganarse la vida».
La vida de Mariano Rivera, nacido en noviembre de 1969 es de ensueño, asistiendo a la escuela primaria y luego ganándose la vida día a día, semana a semana, a trabajar porque eso es lo que requería la familia. El deporte estaba para los momentos que quedaban libres en la playa, cuando la marea lo permitía y su deporte favorito era el fútbol, el cual jugó hasta los 17 años debido a lesiones en las rodillas. Siempre fue atlético y jugó béisbol desde niño, simplemente como pasatiempo, con cajas de leche como guantes para atrapar las pelotas formadas de desechos de pesca y batazos que salían de ramas de árbol encontradas en la playa del Pacífico, de arenas infinitas. Era simplemente eso, una forma de pasar el tiempo, hasta que los amigos lo empujaron a ser short-stop por sus cualidades y su brazo. A los 19 años lo vio un busca-talento de los Yanquis pero no le vio nada especial en las paradas cortas, pero un buen día, uno de esos en los que las circunstancias tallan la vida, se lesionó el abridor del Panamá Oeste y el que subió al montículo fue el flaco mulato de 155 libras que no llegaba a las 88 millas por hora pero que tenía un control especial, casi nunca fallaba el plato, tenía pulso, como esos que juegan cincos y son capaces de pegarle a metros de distancia.
Un par de compañeros de equipo le dijeron al histórico Chico Heron que lo viera y a este le gustó la mecánica de lanzamiento, lo firmaron los Yanquis por US$2,500 y les salió otro gran negocio, no tanto como el de Babe Ruth pero uno que les permitió, en buena medida, ganar 5 Series Mundiales, claro que también recordamos esa Serie de Campeonato de la Americana cuando Boston le cayó a palos, pero como recordar eso, si hoy es día de carnaval por todo Panamá y en Centroamérica claro que nos contagiamos porque este istmo está de fiesta, uno de los nuestros es el primero de la historia en estar en todas las boletas de quienes eligen a los destinados al Salón de la Fama, un indiscutido. Si, si, uno de los nuestros, qué lindo es gozarlo y vivirlo, arriba Mariano, Puerto Caimito y nunca olvidemos a todos nuestros Quinchas Barriletes.
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