La redacción de Antorcha Deportiva escribió hoy una nota sobre la inminente salida de Marco Pappa a Singapur, como anotábamos hace unos días era lo que buscaba el zurdo como seguridad financiera, salida de un ámbito en el que no solo parecía topar sino en el que no parece tener un camino para seguir. Pero tres horas más tarde, a la salida del entrenamiento Rojo de El Trébol fue capturado, esposado y llevado a un juzgado familiar por la agresión física a una mujer, lo cual habría sucedido el año pasado y existe un expediente abierto contra él.
Ver primero una foto en la que sonríe cuando tiene las manos hacia atrás, con grilletes que aprisionan sus muñecas, es chocante, pero observar como rehuye las cámaras que lo persiguen en el juzgado es triste. Al cumplir 18 años ya somos oficialmente adultos, somos responsables de nuestros actos y tenemos que responder ante la ley si incumplimos alguna de las reglas que contemplan cumplimiento y castigo para el que la transgrede. He sufrido que personas afines a mí estén a la cárcel, la primera vez en Mazatenango, luego en Pavón, después en otras locaciones, cada una de ellas arrancó algo en mi, pero abrió nuevamente el camino que transitamos en la vida, ya no es un juego de niños, es una realidad que nos puede dar cachetadas en cualquier momento. A una mujer no se le debe castigar ni con un pétalo, pero muchas veces lo hacemos con palabras hirientes y agredimos el haz cardíaco con violencia. Quien mejor que Neruda para hablar de belleza, sensibilidad y respeto: «Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos, mi alma no se contenta con haberla perdido» o «Quiero hacer contigo lo que la Primavera hace con los Cerezos», sensibilidad sublime, tanto para cantar y amar, tan poco para agredir y violentar. No es posible pegarle a una mujer, ni agredir, ni esclavizarla, y si se hace habrá que pagar por ello, eso debe quedar clarísimo ante el machismo que nos rodea como un manto conservador del status quo.
Que la acusación de Pappa sea una realidad lo tendrán que juzgar los profesionales del derecho, el desamparo en el que se encuentra lo ejemplifica esa silla solitaria en la que nadie quisiera sentarse, ahora ocupada por él. Es Sísifo llevando la piedra hacia arriba y regresar a buscarla al fondo para subir de nuevo, en ese eterno castigo para una vida absurda. Le ha tocado duro al volante de Selección, la noticia recibida sobre la muerte de su madre cuando en ese momento jugaba, la puñalada recibida en un confuso incidente con una exreina de belleza en Estados Unidos, su separación conyugal, la lejanía con su hija, un caso de violencia contra la mujer, la acusación constante por sus problemas con la bebida, cuántas cosas más le tocará enfrentar. Hay quienes reciben todo de junto, aprenden de ello, lo procesan y salen adelante. Para otros no es tan fácil y siguen patinando en el mismo lugar, no salen de allí, parecen vivir en un pantano del que nunca saldrán.
Qué fácil salir de uno, dos, tres, cuatro jugadores, cuando se tiene una zurda educada; resolver dilemas de barreras gigantes con una pierna izquierda precisa, saltar patadas y guadañazos que vienen con el filo de la mala intención; pero qué difícil enfrentar la vida cuando creemos que lo hemos ganado todo, que todo el dinero se acumula en mis cuentas y que surfeo en la cresta de la ola y nada me detendrá.
Albert Camus, portero en su juventud y Premio Nobel de Literatura en 1957, 10 años antes que Miguel Angel Asturias, escribió que todo lo de la vida lo aprendió en el campo de juego, pero también sobre el Mito de Sísifo, que abre con una cita de Píndaro quien le cantaba a los héroes olímpicos de la antigüedad: «No te afanes, alma mía, por una vida inmortal, pero agota el ámbito de lo posible» y de tantas cosas más que acumuló en su vida literaria. Escribe sobre el incesante esfuerzo de la vida y se plantea el fin de la misma. Pappa ha vivido lo que muchos desearían, tener un buen sueldo por jugar fútbol, divertirse, hacer de un juego el oficio para ganarse la vida, pero como muchos de nosotros, arriesga su estabilidad financiera con una díscola vida personal que no controla, que lo descontrola y lo saca a bailar contra la peor defensa que le toca enfrentar, la que lo ha colocado en esa infame silla aislada en la que se le acusa de un delito que lo podría meter 5 o más años en una cárcel.
Que se puede recuperar, salir, crecer, vivir sin necesidad de que él mismo provoque la tragedia, que la vida sea una continuidad de experiencias, buenas o malas, pero que no lo lleven a descansar en los brazos de una celda. Le toca enfrentar a los acusadores más arduos de driblar, a las acusaciones más difíciles de esquivar, pero si consciente de sus acciones ha cometido delitos, tendrá que cumplir, le pese a quien le pese y le duela a quien le duela. Así es la vida adulta, la de las responsabilidades constantes, de las acciones delimitadas por leyes y reglamentos, del mundo de la vida, más ancho que las dimensiones de un campo en que se siente libre e imaginativo. A Pappa le toca patear el tiro libre más difícil, el que le puede quitar su libertad.
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