Fumar en el vestidor se lo llevó para siempre, fue un rebelde del fútbol y la vida, creó junto a Rinus Michels una nueva forma de entenderlo, de jugarlo y gozarlo. La revista El Gráfico de Argentina, que compraba religiosamente con mi papá en el Palacio de las Revistas (12 calle, entre 5ta y 6ta avenida de la zona 1) los días sábados, se rindió a sus pies, con elogios que describían su velocidad, la conducción de pelota, su visión de juego y un liderazgo único que le permitía transmitir lo que Michels y después Kovacs, le señalaban en el pizarrón.
Describieron, en esa revista cuyo único color lo tenían la portada y la contraportada, pero que teñía de colores y emociones todas sus crónicas, cómo Cruyff anotó en el primer partido de la Intercontinental de 1972 en la Doble Visera de Independiente, en el empate 1-1. El segundo ni contarlo, fue un baile en Amsterdam, el Ajax no fue únicamente un 3-0, fue una fiesta para ganar la Intercontinental. Ocho años antes, cuando el flaco Johan debutó a sus 17 años en una visita del Ajax, iniciaba un periplo que llevaría al equipo nombrado por un héroe mitológico griego de la Ilíada al Olimpo del fútbol. Cuando 2 años más tarde, en Alemania 1974, la televisión nos mostró un equipo vestido de Naranja y bautizado como la película de Stanley Kubrik, era la aparición de la fantasía en la realidad, las letras periodísticas se convertían en jugadores dinámicos, capaces de un rendimiento físico, colectivo y técnico no vistos a esa velocidad. Más de la mitad de los jugadores titulares de ese equipo llegaban del Ajax y derrotaban 2-0 a Uruguay, 4-0 a Argentina y 2-0 a Brasil, una exhibición de superioridad surreal, increíble para quienes no pensamos que existiera otra manera de concebir el juego. Su derrota fue contra el enemigo de la guerra, contra la Alemania de Beckenbauer que jugaba de local.
El año pasado compré un libro: Ajax. The Dutch, The War, escrito por Simon Kuper, el mismo que co-escribió una obra que se ha vuelto popular: Soccernomics. En él describe como, a menos de un kilómetro de las instalaciones del Ajax se fue escribiendo la historia del equipo fundado a principios de siglo y como el apellido Cruijff (como se escribe en holandés) llegó a ser lo más trascendental de ellos. Johan jugaba en las calles, era un flaco que parecía Johan Ratón (como aquella caricatura de Tom y Jerry), que ayudaba como alcanza bolas, que llevaba cosas al vestidor y que se unió más a él cuando murió su padre y tenía 12 años, su mamá se hizo cargo de labores domésticas en el mismo club. El capítulo 12 del libro: Of Bunkers and Cigars, describe el partido que los convenció que una revolución nacía en el equipo de la franja roja vertical, ese día de diciembre 1966 se jugaban los Octavos de Final de la Copa de Campeones (la actual Champions) y llegaba a la capital holandesa el mítico Liverpool de Shankly, la victoria fue 5-1 y en el de vuelta 2-2 con doblete de Cruyff. Quien llegaría a ser capitán, 9 veces ganador de la Liga Holandesa, 3 veces campeón de la Copa de Campeones consecutivamente, 3 veces Balón de Oro y subcampeón mundial, haría su nombre grande alrededor del mundo. Ingresaría a la polémica cuando no jugó el Mundial de Argentina 1978, sin él y Van Hanegem, los principales jugadores de la Naranja Mecánica de 1974, volvieron a ser subcampeones.
Lo que hizo dentro del campo, la magia que lo hizo componer música de fútbol, la llevó a los vestidores como entrenador y también lo revolucionó, es el padre de la escuela del Barcelona como ideólogo y filósofo de esta versión del Barsa que volvió a la esencia de poseer la pelota y ganar el juego. Su juego con Holanda y el Ajax fue diferente, el fútbol total que creyó en la superioridad física consolidada con jugadores veloces que llegaban rápido a la portería contraria, creyendo en la rapidez y un solo toque; pero sabía sacar provecho a todo y lo convirtió desde la banca en el juego del pase interminable.
Compuso música de juego y se lo llevó el tabaco con su cáncer de pulmón, se había alejado ya del cigarro cuando hace casi un cuarto de siglo las coronarias estaban casi obstruidas, pero ya no escapó más a su juego del medio tiempo y al humo compartido con Van Hanegem. Nos hizo creer en un juego diferente, en la virtud de la alegría, en un profesionalismo que estuvo más cerca de la alegría del Homo Ludens de su compatriota Huizinga, que en las obligaciones de este deporte super comercializado que desea la victoria a como de lugar.
Descanse en paz Johan ratón, quien cuando debutó no podía llegar el balón al área en un tiro de esquina, a sus 17 años, pero se convirtió en Johan el León, del juego que lo hizo universal y del que compuso parte de su mejor música. A los 68 años no pudo respirar más, se fue una bocanada de frescura para este juego que tanto queremos y cuya esencia quisiéramos que nunca termine.
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