Sus hazañas en la cancha son famosas. Lo mismo que las anécdotas épicas que hablan de su apabullante mentalidad, autoconfianza, competitividad y profesionalismo. Fortalezas que lo han convertido en un mito, en un Dios todopoderoso. Claro, ese suele ser un comportamiento normal con los súperatletas que se transforman en ídolos populares. Los medios y la gente tienden a verlos y retratarlos como seres sobrehumanos, ejemplares, héroes prácticamente sin defectos. Con Michael Jordan no fue la excepción. Poco se ha profundizado sobre flaquezas y debilidades. Y tampoco lo harán en la serie documental que está rompiendo todos los récords porque, justamente, Jordan no quiso y tuvo el poder para vetarlo…
Esta nota trata de bucear justamente en su lado más oscuro: la adicción por las apuestas, las deudas de juego y las dudas que generaron alrededor de la muerte de su padre. También la forma que ejercía el poder en la intimidad y algunas cuestionables actitudes hacia la gente que lo rodeaba: exigencias extremas, maltratos, tiranías, frialdad y hasta falta de solidaridad. Sólo con la idea de humanizar al mejor basquetbolista de todos los tiempos.
Michael nació con una competitividad a ultranza que llevó a todos los terrenos. A todo quería ganar. Y, como se tenía tanta fe, aprovechaba para apostar. Incluso lo hacía con juegos recreativos, como el clásico piedra, papel o tijera. Un compañero admitió que, un día, trenzado en lucha en ese juego infantil, MJ llegó a apostar 100.000 dólares… Son conocidas las numerosas y largas noches que pasó con amigos y compañeros jugando a distintos juegos de cartas, muchas veces por sumas muy importantes de dinero. Algo normal o, al menos, no problemático. Sin embargo, hay historias –con pruebas– que marcan que lo suyo pudo ser un problema importante, más de lo que se cree.
Una madrugada de 1993, horas antes de un partido de playoffs contra los Knicks, MJ fue visto por primera vez públicamente apostando fuerte en un casino de Atlantic City, lo que permitió que la prensa recordara dos hechos anteriores que, unidos, mostraron otra cara de Su Majestad. En febrero de 1992, fueron encontraron tres cheques firmados por Jordan en un maletín de un prestamista (Eddie Dow) que totalizaban 108.000 dólares, y el abogado del acusado aseguró que tenían que ver con el pago de deudas de juego por parte de MJ. Meses después, en octubre, la Policía de North Carolina arrestó a un tal Slim Boucher por posesión de cocaína y encontró en su bolsillo otro cheque de Michael por 57.000. En el juicio, Boucher admitió ser un intermediario de apuestas y que ese libramiento de pago tenía que ver con algunas que Jordan había realizado durante un fin de semana por varias rondas de golf, su otra gran pasión entre los deportes.
En 1993, cuando no pocos se preguntaban hasta qué punto el deportista más famoso estaba metido en problemas, se publicó el polémico libro de un empresario de San Diego (Richard Esquinas), con un título grandilocuente que invitaba a creer lo peor: «Michael y yo: nuestra adicción a las apuestas, un grito de ayuda». Esquinas asegura haber realizado apuestas de golf con él durante cuatro años y haberle ganado 1.252.000 dólares en un día. Esquinas aportó fechas, lugares y hasta pruebas de los depósitos de pago que le hizo Su Majestad y cerró con un supuesto consejo de amigo. «Yo estoy tratando mi adicción, creo que él debería hacer lo mismo. Todo esto es mi catarsis pero también lo hago por su bien”, declaró generando un gran revuelo mediático.
La NBA tomó cartas en el asunto y, aseguran, advirtió a Jordan sobre sus hábitos. Incluso algunos se atrevieron a relacionarlo con su retiro en octubre de 1993. No hubo estrellas del deporte que hayan abandonado así, en su mejor momento. Buscando razones, algunos malpensados no creen en la casualidad de que se ha retirado justo cuando sus problemas con el juego eran más injustificables. Los amantes de las teorías conspirativas creen que, tras una investigación interna, el comisionado David Stern le podría haber sugerido el retiro. Una versión sin pruebas y tal vez poco sustento ya que la NBA estaba en su mejor momento gracias a Jordan. Para abonar esa versión la adicción debería haber sido más grave de lo que parece, con el riesgo de que la NBA enfrentara un caso como el que sufrió la MLB en 1989 con el beisbolista Pete Rose, expulsado de por vida tras una investigación por conexiones con apuestas ilegales. Los más osados, incluso, se atreven a relacionar el tema –y las posibles deudas de Michael– con el asesinato de su padre, el 3 de agosto de 1993, en un extraño robo al costado de una ruta. Un homicidio que, por pruebas encontradas, generó todavía más dudas.
Charles Barkley, compañero habitual en los campos de golf, puso en blanco sobre negro la devoción que MJ tenía por las apuestas. «Habitualmente yo jugaba por dinero, pero por un par de cientos de dólares por hoyo. Pero Michael era capaz de hacerlo por 100.000. Yo soy más de ‘este hoy vale 200 dólares’ y él me diría ‘súbelo, Charles. O correte mi camino’. Yo le diría, ‘bueno, ¿cuánto vale este golpe para vos?’ Michael me contestaría ‘300.000 dólares’ y yo, por supuesto, me retiraría”, detalló. Pero fue el mismo Jordan quien admitió sus problemas de apuestas en un famoso programa de TV (60 Minutos), en octubre del 2005. «Sí, me metí en situaciones de las que no pude escapar y forcé un poco todo. Mi desesperación por ganar me hizo pasarme de la raya. Fui estúpido y sin dudas es una de esas cosas de las que me arrepiento. Me avergüenzan», dijo. El periodista Ed Bradley repreguntó.
–¿Pero llegó a ser una compulsión?
–Depende de cómo lo mires. Si estás dispuesto a poner en peligro tu modo de vida y a tu familia, entonces sí lo es.
–¿Pero usted llegó a poner en peligro su modo de vida y el de su familia?
MJ pensó, hizo una pausa y contestó con una palabra: «No». En el ambiente quedó flotando la sensación que ninguna otra respuesta era posible.
Claro, eso fue parte de su vida privada, algo que seguramente uno no pueda cuestionar. Distinto fue el trato hacia quienes lo rodearon. La competitividad casi enfermiza de MJ lo empujo a una exigencia extrema, muchas derivando en malos tratos por su poca paciencia con las debilidades. El 23 no podía entender cómo no podían ayudarlo más, entrenarse más y responder mejor ante la presión. Desilusionado y abatido, tomaba el camino de la crítica despiadada, del menosprecio, del ataque verbal –con cargadas, gritos y hasta insultos– y hasta el físico. Sam Smith, periodista del diario Chicago Tribune, publicó un libro en noviembre del 91, tras el primer anillo, donde desmitifica la figura inmaculada de MJ. Lo tituló Las Reglas de Jordan, en un juego de palabras que tenía que ver con la dura estrategia defensiva de los Chicos Malos de Detroit que MJ había superado para lograr su ansiado título pero, a la vez, con cómo Jordan gobernada (Rule) con brazo de hierro. Incluidos golpes, como aquella vez que le dio una trompada al pivote Will Purdue en medio de la tensión que se generaba en cada entrenamiento.
Conocido como El General, Jordan dictaba lo que se debía hacer y el que no estaba a la altura, sufría. No tenía «rivales» chicos o grandes. Varias veces se enfrentó con el general manager Jerry Krause, el malvado de «The Last Dance». En la serie queda claro que Krause fue uno de los blancos preferidos de su acoso, con comentarios que se mofaban de su aspecto físico. «¿Esas pastillas que tomás son para crecer?», le dice en una de las escenas. «Ey, Jerry, este colectivo va mucho menos rápido que ayer, cuando tu culo gordo no estaba aquí», lo carga delante de todo el equipo. No fue el único. Jordan tuvo a maltraer a varios compañeros, a los que notaba con deficiencias, en la juego, el carácter o el comportamiento. Stacey King, Scott Williams, Jud Buechler y Scott Burrell fueron algunos de sus apuntados. Lo de Burrell se nota varias veces en la serie. A tal punto que, en un viaje en avión, lo acusa de fiestero y alcohólico frente a las cámaras. Esas «bardeadas» eran habituales, incluso en sus primeros años. George Gervin, una estrella de los 70/80 que llegó a Chicago en el ocaso de su carrera, no fue bien recibido luego de estar sospechado de participar en un complot contra MJ en el All Star 85. Jordan, cada vez que pudo, le hizo saber que era un “viejo” que se cansaba fácil. Esa intolerancia tuvo una dosificación con la llegada de Phil Jackson, luego de que el coach le pidiera paciencia y compromiso para mejorar el juego colectivo y potenciar la confianza de los compañeros. Pero nunca desapareció. Toni Kukoc admitió, hace días, que le decía «yugoslavo», algo insólito sabiendo lo que le duele a un croata que le digan yugoslavo (o serbio) tras los conflictos étnicos y armados que han tenido por la independencia.
Varios compañeros lo acusaron de ejercer su excesivo poder. Más que en la época de Doug Collins como coach, a quien le pedía más y más (minutos, tiros y posesiones) porque, de lo contrario «no vamos a ganar». Ese acaparamiento en el juego mutó, incluso cuando mejoró su entendimiento colectivo, hacia cierta tiranía con sus compañeros. A tal punto que hubo un tiempo que prohibía que la pelota se la dieran a Bill Cartwright, un limitado pivote titular. No era fácil que Jordan confiara en sus compañeros. Debían pasar por pruebas no determinadas. Como con Steve Kerr, quien quedó con un ojo negro por una piña de Jordan en una práctica en 1995. Como el tirador no se quejó ni habló con la prensa, se ganó el respeto del 23, que luego siempre confió en él. Incluso en momentos límite, como cuando lo buscó –previo preguntarle si iba a estar listo para recibir el pase durante el tiempo muerto- para el tiro ganador del decisivo Juego 6 en las Finales del 97.
Con los compañeros también se ha podido apreciar una personalidad algo fría y distante, incluso poco generosa. Para MJ eran poco más que piezas que debían ayudarlo a ganar y así llevarlo al olimpo de los dioses de su deporte. Pero pocas veces, salvo en la cancha, sacó la cara por ellos. Por caso, muchos esperaban que intercediera entre Pippen y la dirigencia durante aquellos años en los que Scottie estaba descontento por su contrato y la tensión era enorme. Otros creían que, en esos dos años, lo mejor hubiese sido que firmara por menos dinero (lo hizo por 30 y 33m, más de lo que ganaba todo el resto del plantel) y el alero pudiera renegociar con un aumento. MJ nunca lo creyó así, su opinión era que cada uno debía pelear por lo suyo, que sólo dentro de la cancha eran soldados en la misma guerra. No puede decirse que eso esté mal, aunque no son pocos los que esperaron algo más. De hecho, cuando hablan de Su Majestad, todos se deshacen en elogios al jugador, pero casi nadie pone el foco en su humanidad o hace referencia a gestos humanos o solidarios. Está claro que lo suyo era en la cancha. Y no tanto más.
El revanchismo también ha sido una característica de Jordan. El recordar conflictos y vengarse en el futuro fue una costumbre. En el cuarto capítulo, MJ lo deja claro cuando habla de los Pistons («Los odiaba y los sigo odiando», aseveró) y, en especial, de Isiah Thomas, con quien tuvo varios encontronazos. El primero fue en el All Star 85, cuando estrellas veteranas armaron un complot para que el 23 no recibiera la pelota. Siguió luego con la gran rivalidad con Detroit que explotó cuando Chicago al final pudo eliminarlo con un lapidario 4-0 en la final del Este de 1991 y los Chicos Malos se fueran segundos antes de la bocina final, sin saludar ni felicitar, como es una costumbre. Está claro que eso terminó de generar, pocos meses después, el veto de Thomas del Dream Team de Barcelona, única explicación de por qué no estuvo el segundo mejor base en aquel momento.
Así también fue Michael. El mejor de la historia, pero también una persona con defectos, errores y flaquezas. Como cualquiera de nosotros.
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