Balcones, escaparates y mobiliario urbano lucen verdes y amarillos en plena fiesta del fútbol en Brasil. La mascota del Mundial, Fuleco, saluda al visitante en cuanto atraviesa el control de pasaportes de cualquier aeropuerto. Los taxistas hablan de Scolari, de Neymar, de La Roja. De fútbol. Porque Brasil este mes es fútbol, más si cabe de lo que lo es el resto de días del año. El Mundial de Mundiales, lo definieron cuando se le fue concedido. Y no se equivocaban.
El caudal de emociones que suscitará el mejor torneo de selecciones posible será incomparable por celebrarse además en la nación que más de ellos ha conquistado: cinco. Algo más le distinguirá del resto, independientemente de lo que suceda sobre el campo. Nunca antes un Mundial generó tanto gasto como el brasileño, que supera los 11.000 millones de euros cuando en principio se estimaba alrededor de una cuarta parte de esta cantidad.
Se remodelaron estadios, se construyeron otros nuevos y se retocaron infraestructuras como aeropuertos, carreteras y hoteles. Todo con el objetivo de hacer un torneo espectacular, pero con desfalcos económicos que han terminado por convertirse en un conflicto social. La gente está conforme con el Mundial, pero no con que la financiación del mismo haya salido de sus bolsillos. Se estima que seis de cada siete euros invertidos provienen directamente de las arcas del gobierno, cuando una de las promesas al ser elegida sede fue que la financiación total correría a cargo de fondos de inversión privados. La FIFA se ha lavado las manos.
Las sedes. Otro problema que ha disparado el gasto es el empecinamiento de los gobernantes en fijar 12 ciudades sede y no ocho, como recomendaba el máximo organismo. El afán por llegar a cuantos más rincones del país mejor acarrea votos en las elecciones, pero también eleva la inversión y recrudece la tensión social y las protestas. En ciudades como Cuiabá o Manaos, sin equipos de élite, el costo por tener un estadio de última generación en el que no se juegue más que en el Mundial es un lujo innecesario e incomprensible.
También habrá un retorno, como es lógico, para Brasil y los brasileños. Se calcula que alrededor de 600.000 turistas coincidirán en el país en el tiempo que dure el torneo y eso significa ocupación hotelera, clientela para el sector servicios y muchos reales repartidos entre la población hasta que el árbitro dé por concluido el Mundial tras la final del próximo 13 de julio.
La pasión y la razón no están reñidas en Brasil. La gente ama el fútbol por encima de todas las cosas y disfrutará del Mundial como merece la ocasión. Al mismo tiempo, una gran mayoría recordará estos días y para siempre que albergar la Copa no requería un gasto tan desmedido como el que se ha producido. El mejor Mundial abre sus puertas entre discusiones y recelos. Sólo el balón puede acallar estas voces críticas. Siempre el balón.
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